jueves, 19 de agosto de 2010

Poesía

Andamos tanteando a la caza de una clave de actuación un tanto esquiva. Sabemos a qué decir no. No a la “cuarta pared”. No a las convenciones de seudonaturalidad forzada. No a la declamación supuestamente poética. No al sermón didáctico. No a la gesticulación vacía. No al hieratismo. No a la ilustración. No a la saturación. Para no seguir enumerando: no a cualquier cosa que no responda a una necesidad.
¿Qué nos pide el texto? Hay que preguntárselo en serio, puesto que el texto ha sido el punto de partida de la aventura. Quien habla es una escritora, así que en varios sentidos es imprescindible el respeto a la palabra. Pienso que el teatro ha de ser en cualquier caso un lugar de respeto a la palabra (y por lo tanto de respeto al silencio), pero la presencia de la escritura como tema lo hace especialmente exigible.
Necesitamos poesía, y no es fácil saber de qué estamos hablando. Poesía necesaria, que decía Celaya. “El cuerpo poético”: así tituló su libro el maestro Lecoq. En efecto, la poesía en el teatro reside ante todo en el cuerpo, y es desde el cuerpo como puede circular en el aire compartido con el espectador. Una conciencia corporal relajada y abierta permite que ese algo flotante sin definir que aguza la percepción se encargue de mitigar la sequedad del pensamiento. ¿No ha de ser esto una historia de amor? (M.A.)

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